Reportaje
Por Valeria Prieto Silva
Un análisis sobre el acceso a la lectura en tres barrios de Ciudad Bolívar
Director biblioteca Violetta: Carlos Solano
En los rincones de Ciudad Bolívar, en los barrios El Paraíso y Juan Pablo II, se erigen centros vitales para la educación y la creatividad: las bibliotecas comunitarias. Estas iniciativas representan un faro de aprendizaje para niños y jóvenes, brindando oportunidades valiosas en un entorno desafiante.
En la mesa baja de lectura, un grupo de niños se reúnen emocionados esperando a la actividad de siempre: el club de lectura.
Con risas y murmullos de anticipación, los pequeños curiosos esperan a que Carlos Solano, cofundador de la biblioteca comunitaria Violetta, comience la sesión. Algunos de ellos sostienen libros desgastados y coloridos, mientras otros esperan ansiosos a escuchar el relato que está por comenzar. Hacen un ritual antes de abrir “La Mona Ramona”, el libro escogido. Cruzan las piernas “en mariposita” y cantan:
– Es hora de leer, silencio hay que hacer si queremos aprender.
“La Violetta” es una de las decenas de bibliotecas comunitarias disponibles en la localidad de Ciudad Bolívar. Ha sido por el bajo acceso a la lectura que tuvieron que crear por sí mismos espacios culturales que permitieran el esparcimiento de las infancias. Con aportes voluntarios, inscripciones en concursos y labores de voluntariado se sostiene la labor comunitaria que le lleva libros, marionetas y arte a los niños de los barrios El Paraíso, Juan Pablo II y La Estrella del Sur. El estigma sobre las balas y la muerte acechaba a la localidad de Ciudad Bolívar, entonces decidieron resignificar sus barrios a través de lectura, música y memoria.
Biblioteca comunitaria Violetta
Las actividades con los niños del barrio El Paraíso van más allá de la lectura. Además de trabajar con libros, se enfocan en el arte. Realizan marionetas que abordan temas de derechos humanos y crean artesanías con papel maché. Los talleres están diseñados para fomentar la reflexión y la conciencia social entre los jóvenes. Por ejemplo, una de las marionetas representa la inclusión de los niños indígenas en la educación formal y la necesidad de respetar su lengua materna.
Los niños participan en las actividades cada vez que pueden pues no existe un costo para hacer parte de las bibliotecas. Simplemente al iniciar el año se pide un incentivo de diez mil pesos para ayudas del material consumido, limpieza y algunos detalles como el papel higiénico y jabón.
Aunque La Violetta está en muy buenas condiciones y se respira un aire de aprendizaje y amor al ingresar, no todas las bibliotecas pueden decir lo mismo.
La biblioteca La Estrella ubicada en el barrio del mismo nombre, se inunda cada vez que llueve y es básicamente imposible abrirla al público cuando sucede. Algunos libros quedan empapados, el suelo brilla por el agua y lo que queda por hacer es solamente poner baldes para evitar el mayor daño posible. Si pudiéramos contar los libros que quedan después de cada catástrofe ocasionada por la lluvia, al menos se perderían de diez a quince títulos por vez y no hay nadie que reponga los textos si no es la misma comunidad.
Si se piensa en cómo funciona la red Pública de bibliotecas la ciudad de Bogotá y por qué a las redes comunitarias les ha correspondido la labor de culturalizar a la localidad, entonces se entiende que no hay apoyo para la cultura.
El acceso a la lectura es poco, una de las únicas bibliotecas públicas hace parte de BibloRed, la Red Distrital de Bibliotecas Públicas de Bogotá y aunque cuenta con excelentes instalaciones y varias secciones de libros, está lejos de muchos hogares. Si los niños y jóvenes pueden elegir entre ir a la biblioteca o jugar con sus amigos en el parque al lado de sus casas, ¿adivinen que eligen?
A pesar de su compromiso con la comunidad, las bibliotecas comunitarias han enfrentado desafíos al intentar colaborar con instituciones como BibloRed. Los líderes del proyecto expresan frustración por la falta de apoyo y reconocimiento de su labor.
"En la pandemia, las bibliotecas comunitarias tuvieron que cerrar el proceso y la mayoría no contaba con internet ni equipos para seguir abiertos, ¿ustedes qué hicieron para apoyarnos? ¿Por lo menos nos preguntaron?", señala con decepción Carlos Solano, cofundador de una de las bibliotecas. En vista de la poca preocupación por el acceso a la lectura de los mecanismos distritales y la alcaldía, la comunidad decidió hacer sus propios espacios y no depender de nadie.
Los espacios que se han creado a pulso se han mantenido de la misma forma, con la colaboración de los vecinos e innovando los espacios cada vez que se puede. Los voluntarios se encargan de hacer el espacio mucho más agradable, como es el caso de la biblioteca Semillas Creativas en Juan Pablo II, dirigida por don Luis Velázquez. En la parte de afuera remodelan el jardín y hacen agricultura para retirar las basuras y ahora están tratando de arreglar la fachada.
El Distrito destina tan poca plata para la cultura que cuando se presenta la oportunidad la gente se divide para conseguirla. “Son rapiña, se pelean por dos pesos”, dice don Luis cuando habla de las convocatorias a nivel público, entonces por eso prefieren quedarse con los recursos de ellos.
En la búsqueda de apoyo para seguir llevando lectura al barrio, la Biblioteca Violetta ha participado en concursos y ha obtenido reconocimientos, como formar parte de la Red de Bibliotecas Comunitarias de Ciudad Bolívar. También, están vinculados al Plan de Lectura, Escritura y Oralidad de la localidad.
A pesar de los obstáculos, las bibliotecas comunitarias se mantienen firmes como un bastión educativo en Ciudad Bolívar, abriendo caminos de aprendizaje y reflexión para los jóvenes de la comunidad. Su compromiso con la educación y la inclusión continúa siendo un faro de esperanza en medio de los desafíos cotidianos.